
Ni antes ni después del 2 de agosto de 216 a.c., recibiría Roma una derrota en el campo de batalla de la magnitud de la que sufrió aquél día en Cannas. Aquél enfrentamiento, cuyo trágico desenlance para Roma no debió darse nunca y que representó el cenit de su ejecutor, el cartaginés Aníbal Barca, resultó ser irónicamente el comienzo a la vida pública del que sería el conquistador de África. Pero conviene analizar en profundidad lo ocurrido en Cannas, porque de ello aprendió Roma, tomó buena nota y resultó ser el punto de partida para la reforma que el ejército romano estaba necesitando en aras a convertirse en la potencia que después sería.
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